miércoles, 27 de mayo de 2015

Párate y respira


Ay, mi chica, quiero darte fuerzas. 

Dicen que el origen de un adulto íntegro, seguro de sí mismo y con recursos, está en una infancia feliz. Voy a seguir luchando, cada uno de mis días, por que así sea. 


¿Conseguiré, con ello, que nunca tengas problemas? ¡Ni lo sueñes! Solo pretendo que no haya problema con la suficiente fuerza como para hundirte. Míralos siempre de frente, no huyas, no los relegues. Plántales cara con un “yo puedo”. Acéptalos, de nada sirve negarlos, y estudia el modo de acabar con ellos. Una vez haya pasado la tormenta, reflexiona, recapacita, busca el aprendizaje. Créeme, siempre lo hay.


Serán esos aprendizajes, vida mía, los que te harán avanzar. 


Puede que alguno de esos problemas te parezca insalvable, difícil de saltar. Recuerda entonces eso que siempre dice mami: “esto también pasará”. Porque todo pasa, mi niña, por muy imposible que parezca cuando te encuentras en el centro del huracán, todo pasa. 


Relativiza. Mira a tu alrededor, compárate, ¿por qué no? Compara ese problema aparentemente  insalvable con el hambre en el tercer mundo, la pobreza demasiado cercana del barrio del que procedemos, el cáncer recién estrenado de la vecina del piso de arriba, mamá de tu amiguito. 

“Mal de muchos…”, pensarás. Pero no. No es de tontos. Pararse a tomar conciencia de las barbaries de nuestro tiempo nos ayudará a valorar como merece la inmensa fortuna de tener salud, ese helado con el que te relames, el iPad que te presto con demasiada facilidad, y hasta un hotel por vacaciones. 


No digo que tus problemas sean poco, digo que es necesario mirar la vida como lo que es: un camino asfaltado (si vives en esta parte del mundo). No le añadas obstáculos, deslízate por él, disfruta del paisaje. 


Vive y dejarás vivir, porque cada segundo que pases sin sonreír nos roba un poco de vida. A ti, a mí, y a todos aquellos que te amamos. 


Cuando sientas que ese problema te supera, párate y respiraSé consciente de la suerte que tienes: el oxígeno entra sin miedo por tu cuerpo. Respiras. Estás viva. 


Mira a tu alrededor. Tienes lugar donde cobijarte, un abrazo en el que perderte. Cierra los ojos, y sigue viviendo.