lunes, 31 de diciembre de 2012

Adiós a este 2012 con sabor agridulce... (CRYA entre líneas)

Haré balance... Y no sé si saldré ganando.

Este 2012 he descubierto tantas y tantas cosas...

He aprendido que el amor más inmenso que nunca imaginé se quedaba pequeño al ser madre.
Que, ahora sí, ya sé que es posible sentir que darías la vida por alguien.
Que lo material no es tan necesario... Que incluso pudre, asfixia, mata.
Que prefiero un beso sincero que un millón de palabras dichas por decir.
Que una mirada vale más que mil palabras, si es sincera, pura, transparente.

Este 2012 tiene sabor agridulce.

El mejor año de mi vida, sin duda, porque ha sido el primer año de mi niña.
Todas esas primeras veces, todo ese latir profundo, todo ese crecer sin freno.
Ese hacerme grande, encontrarme, conocerme al fin.
Ese placer solo por dar, esa plenitud, ese vivir.

Y ese sabor amargo...

Ese no poder disfrutar cada segundo, por culpa de la obligación.
Ese tener que luchar para arañar tiempo al tiempo.
Ese discutir con quien creí que jamás lo haría, por el motivo más insólito. Ese tener que hacer entender que mi hija está muy por encima de horarios y responsabilidades laborales, cuando resulta una obviedad.
Ese perderme minutos, algunas primeras  veces, sonrisas y besos.
Ese tener que partirme en trozos, para estar donde no quiero estar, solo por la obligación de eso tan material que aún nos esclaviza.
Ese querer dejarlo todo, y salir corriendo al lado de mi pequeña.
Solo porque sí. Porque así lo quiere mi corazón, porque así lo necesito.
Porque la vida es muy corta, a veces se va sin avisar... Y no habrá opción, entonces, de recuperar esas sonrisas perdidas, ni esas primeras veces, ni esos besos.

Y no habrá dinero que pueda ayudarnos entonces.

Ni discusión que lo mejore.

Habrá un momento en que nada tendrá sentido ya...

Y no quiero arrepentirme, cuando ya no sirva, de no haber estado.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Te explicaré por qué colecho...

Te explicaré por qué en casa practicamos el colecho. (Aunque no sé por qué te doy explicaciones, yo no te las pido cuando dejas a tu bebé llorar y llorar a instancias de un mal llamado "Doctor").

En primer lugar, colecho... Porque me da la gana. Ésta, sin más, sería ya una razón de peso. Pero como no soy muy seguidora de la ley del "porque lo digo yo, y punto", trataré de darte más detalles,

Colecho porque mi hija se siente feliz junto a sus papis, día y noche.

Colecho porque, si me necesita de madrugada (ya sea por hambre, sed, dolor o lo que sea), estoy a su lado, literalmente, para cubrir esa necesidad de inmediato (¿o tú no vas a beber agua en cuanto sientes sed, aun siendo las tres de la madrugada?).

Colecho porque mi hija merece el calor de sus papis.

Sí, uno de los motivos es aún más egoísta... Colecho porque yo misma necesito sentir la presencia de mi niña día y noche, su olor, su respiración calmada, su piel suave, su abrazo.

Colecho porque no hay más bello despertar que su manita en mi cara, su sonrisa invadiendo la habitación.

Colecho porque es una forma de compensar mis horas de ausencia en la mañana, cuando la "abandono" (sí, esa es la sensación) para ir a trabajar.
Lo sé, esta razón no es muy ortodoxa y te pondrá en pie de guerra, pero es una de mis razones, no tengo por qué ocultarla.

Colecho porque mi instinto así lo pide, y hace mucho que decidí no llevarle la contraria.

Alegarás que el colecho tiene inconvenientes...

Como que voy a destrozar mi relación de pareja.
Te alegrará saber que tengo momentos muy buenos de sexo con mi marido. Sí, te sorprenderá saber que existen mil lugares y horarios para practicar sexo, más allá de la cama, en la noche.

Inconvenientes como que mi hija se va a "acostumbrar" a dormir con sus padres, me dirás. Que le estoy "quitando" independencia.
Los niños, hacia los 3 años, suelen buscar por sí mismos su intimidad, su espacio, suelen pedir dormir solos, de forma natural (es lo que tiene no frenar el curso evolutivo, no interferir).
Cuando ella lo pida, por supuesto, irá a su camita. Yo seguiré necesitándola en la noche, pero respetaré su voluntad. Es lo que siempre hago.

En cuanto a la independencia... Si conoces a mi pequeña, sabrás qué nivel de independencia tiene ya, con solo un añito (el genio lo heredó de mami, qué le vamos a hacer...)

Colecho porque ella quiere, porque yo quiero, porque papi quiere. No me juzgues, es nuestra decisión. Al menos, no me juzgues mientras veas esa sonrisa permanente que ilumina la carita de mi peque. Eso debería ser lo único importante, su felicidad.
Tan malo no será dar amor 24 horas... Digo yo.

martes, 7 de agosto de 2012

No soy bloguera

Lo siento, no soy bloguera.

Lo intenté, creí que podría... Pero me faltó el arte y el tiempo.

Me he sentido pequeña al lado de tan grandes oradoras.

Lo intenté, siempre me gustó escribir... Pero no llego.
No puedo con todo, es imposible. Queridas mamis blogueras, ahora os admiro mucho más, si eso era posible.

Me faltan temas e ingenio, me sobran miedos.

Os sigo leyendo, ¡aprendo tanto de vosotras!
Quizás algún día tenga más tiempo, quizás me asalte el ingenio o me invadan las palabras exactas.
Quizás algún día tenga también yo algo que enseñar.

Seguiré escribiendo, quizá algún día haya algo digno de contaros...

jueves, 28 de junio de 2012

Mi granito de arena... Por un sueño feliz

Leí "Duérmete, niño" (E. Estivill y S. de Béjar, 1995) estando embarazada. Creí que era el único método eficaz, me adelanté a la vida y pensé que mi pequeña tendría problemas de sueño, "como todos los bebés".

Creí cada una de las palabras de aquel libro que hoy, con mi niña en brazos, me parece una aberración.

En ese momento, al terminar el libro, creí tener muy claro qué haría cuando la peque naciera. Creí que era por su bien.

Suerte que mi instinto gritó más fuerte que esas creencias.

Suerte que no la dejé llorar ni una sola vez.

Suerte que, al cabo de unos meses, supe gracias a la tribu de mamás tuiteras que aquello que gritaba mi instinto no era tan raro, y que (gracias!) el método Estivill no sólo no era el único, sino el peor (esta sí es opinión personal). Nunca les sabré agradecer lo suficiente.

No sé qué tipo de problema tiene Estivill. Supongo que cree realmente que dejar llorar a un bebé es bueno (si no, no lo defendería a ultranza). Pero es entonces cuando me pregunto de qué pasta está hecho. Porque cualquier corazón, por frío que sea, se estremece, por naturaleza, ante el llanto de un niño.

Hoy mi pequeña tiene ya 7 meses. Duerme perfectamente. No la he dejado llorar ni un solo día, ni un solo minuto.

Todas las mañanas, sobre las 6h, empieza a inquietarse en su cunita. Es el momento de venir a la cama con sus papis.


(la peque, con papi)

Puedo asegurar que es el mejor momento del día.

Ver su carita de auténtica paz, cerrando sus ojitos muy lentamente, al recibir mis caricias suaves.

Dejarme arropar por su abrazo.

Sentir cómo se abandona al sueño más profundo.

Dormimos así, abrazadas, un par de horitas más (siempre que el trabajo me lo permite. Cuando no, duerme con papi).

Y no hay nada mejor que despertar con su sonrisa, esa que ilumina mis días.

Ojalá esta "rutina" dure mucho tiempo. Ojalá, dentro de unos años, sea ella misma quien venga solita a nuestra cama, dando pequeños pasitos, arrastrando sus pies chiquititos.

Siempre será bien acogida, porque sé que es lo mejor para los tres.

También sé que, irremediablemente, llegará un día en que no le apetezca dormir con mami y papi.

Llegará un día en que, de forma natural, querrá dormir solita en su habitación.

Ojalá llegue tarde ese día (y no me prive de ese momento especial), pero sé que llegará.

Sin llantos. Sólo amor, y absoluta paz.


sábado, 9 de junio de 2012

Pasito a pasito, conciliación

Vamos poco a poco. Paso a paso. En busca de la conciliación, pero la real.
Trabajar, sí, por desgracia no puedo renunciar a la remuneración económica, pero disfrutar de mi niña. No perderme los mejores momentos de los mejores años. Disfrutar y crecer con ella. No tener que arrepentirme después.
Trabajo, desde hace ya 12 años, en una gran empresa, una multinacional. De esas dirigidas, en su mayoría, por hombres (mayores de 50). Podéis imaginar entonces lo difícil que será la negociación. Antes de nada, me gustaría deciros que estoy muy orgullosa de mi empresa. En general, es una empresa con grandes valores humanos. Y muy preocupada por el bienestar de sus empleados.
A las 22 semanas de embarazo, suspensión de contrato por riesgo (las chicas pasan demasiadas horas de pie y haciendo grandes esfuerzos).
Tras la baja maternal, 14 días de lactancia o media hora diaria.
Acumulan las vacaciones no disfrutadas con la baja maternal, así que, casi con toda probabilidad, las recién estrenadas mamás no han de separarse forzosamente de su bebé hasta bien bien los seis meses.
Se aceptan las guardas legales con el horario que pide la trabajadora.
Un largo etc. Cosas normales, lógicas y obligadas... Pero que, me consta, no se cumplen en todas las empresas (véase despido de Mango a la chica que comunicó a su superior que estaba embarazada...)
Eso sí... Todo esto vale... Si no ocupas un mando directivo, como es mi caso.
Llevo un equipo de 15 personas. Soy la última responsable de todo lo que ocurra en mi tienda. Eso significa 24h en el móvil, días libres sin libertad, una sonrisa siempre siempre, a pesar de la realidad de tu día a día. Significa velar por ellas... Y por el negocio, por la empresa, por las ventas. Estrujarte el cerebro para buscar la manera de vender más, de que el cliente te prefiera, sobre todo en estos momentos en que cada euro cuenta...
Significa muchas pesadillas, muchos despertares en las madrugadas.
Ningún problema por todo esto, hasta que me convertí en madre.
Ascendí un 18 de marzo. Me enteré que estaba embarazada una semana después.
Cabe decir que en la entrevista para mi ascenso, ya hablé con mi superior (mujer) que aceptaba sin problema, pero que lo más importante para mí, en ese momento, era quedarme embarazada. Que lo estaba buscando y que no sabía cuándo vendría... La respuesta, sincera o no, fue tranquilizadora. "Normal, mujer, estás enamorada, y en la edad de querer ser madre, no hay problema".
Esperé 12 semanas a comunicar a mi jefa que estaba embarazada (ya sabéis que sufrí un aborto anteriormente y no quería arriesgarme...). Esta vez la reacción volvió a ser positiva. "¡Enhorabuena! Lo más importante es cómo te encuentras... ¿Está todo bien?".
Desde que supe que estaba embarazada, mi mundo giró por completo. Si mis jefes me leyeran no darían crédito... pero dejé de darle importancia al trabajo. Soy una mujer responsable y no desatendí mis obligaciones, pero mi motivación había cambiado. Mi mente ya no estaba 24h con ellos, sino con mi bebé, con esa vida que estaba creando en mi interior, con ese ser que, ya desde mi barriga, me hacía tan dichosa.
Al ser jefa, ni hablar de suspensión de contrato. Más o menos lo entiendo, pasamos mucho más tiempo  sentadas que las chicas, en el despacho (aunque ni mucho menos las 8h sentadas, pues solemos "predicar con el ejemplo" y pasar mucho tiempo en sala de venta).
Tras el parto, baja maternal, 16 semanas. Ni una más. Un jefe no tiene derecho (al menos moralmente hablando, y siempre según los altos cargos) a recuperar vacaciones perdidas en las bajas.
Casi imploré los 14 días de lactancia. Nunca se me negó nada, pero siempre sentí que estaba "mal visto" que una jefa exigiera tales derechos.
Evidentemente, ni se me ocurría hablar de guarda legal, de reducción de jornada.
Volví al trabajo, a las responsabilidades, cuando mi pequeña tenía tan solo 4 meses y medio. Inhumano, antinatural. De eso hace ya tres meses y no consigo levantar cabeza.
Mi puesto exije demasiada dedicación, demasiada preocupación, demasiados esfuerzos. Y, todo eso, me veo obligada a robárselo a ella. Evidentemente, no pienso hacerlo.
Me planteé dejar de trabajar, para cuidar de mi pequeña. Tal era el dolor ante la separación. No estaba dispuesta a perderme tanto... Así que, tras un tiempo de taquicardias, ansiedades y dolores de cabeza, decidí exponerle a mi jefa mi situación, sin tener nada claro que esta vez su reacción fuera tan positiva...
Más o menos, fue bien. Me entendió, al menos aparentemente, puede que conmovida por mis lágrimas. Ante mi idea de marcharme dijo que "ni loca", que prefería tenerme menos horas, pero tenerme.
Así que, a pesar de ser del todo inusual en mi puesto, he conseguido una reducción de jornada.
Con ello he ganado tiempo para la peque y algo de tranquilidad para mí. Pero sólo es una prueba. Jornada reducida es un decir en un puesto de trabajo como el que tengo. Sigo enganchada 24h al móvil y desquiciada por la presión de vender. No siempre consigo desconectar, y mi hija no merece compartir mi dedicación.
Estoy empezando a organizarme y no lo llevo del todo mal, pero no sé si llegaré a conseguirlo. El problema no es el trabajo (hago lo que me gusta en una empresa que me llena), sino la responsabilidad. Casi nadie me entiende, pero la única responsabilidad que quiero, hoy por hoy, es la de educar a mi hija.
Cuento con el apoyo de mi jefa, que es mujer, madre y, al menos en apariencia, con mucho sentido común. Pero sus superiores son hombres, sé casi a ciencia cierta que ella misma habrá tenido más de una discusión con ellos por mi situación... Y sé que, muy probablemente, seré señalada con el dedo en mis próximas reuniones.
Como es lógico, nada de eso me importa demasiado. Lo verdaderamente importante es que tengo más tiempo real para estar con mi niña. Si consigo organizar mi mente, igual que mi agenda, desconectar en mis momentos en casa y sacar adelante la tienda... Habré conseguido una conciliación muy real.
Ojalá.

lunes, 28 de mayo de 2012

Lactancia y culpa

Una vez más este sentimiento de culpa. Esta vez, la lactancia. Os contaré mi experiencia, con la esperanza de que cada palabra escrita deshaga un poquito el nudo...
Debería empezar por el principio, aunque casi me avergüence de ello.
Antes de quedarme embarazada, antes incluso de saber si quería tener hijos (sí, hubo un tiempo en que dudé), creía tener clara mi opinión sobre la lactancia. "De acuerdo", pensaba, "es lo mejor para el bebé, pero es incómodo y me dejará un pecho horrible, así que el día en que decida tener hijos, no le daré el pecho", Sabía que era una decisión egoísta, pero aún así pensaba llevarla a cabo. Además, me molestaba enormemente toda esa gente que "obligaba" moralmente a las madres a dar pecho, tachando de "mala madre" a quien decidía no hacerlo. Hoy por hoy, sigo odiando las imposiciones, cualquiera. Evidantemente, mi opinión sobre la lactancia ha cambiado de forma radical, pero me gustaría que médicos, matronas, familias y demás, ayudáramos a esas madres primerizas, pero sin imponerles.
El caso es que encontré al hombre de mi vida y, con él, apareció el instinto maternal (¡aleluya!). Tuve claro casi desde el primer día que sería mi compañero de viaje, casi mi ángel de la guarda.
Tuve claro que, ahora sí, sería el padre de mis hijos.
A los cuatro años de relación, decidimos buscar el bebé. Vivíamos juntos, teníamos trabajo... Y mi instinto amenazaba con volverme loca si no me convertía en madre.
Tuvimos suerte, quedé embarazada al primer intento. Nunca olvidaré esa sensación. Antes incluso de obtener confirmación, supe que tenía una vida en mi interior. Mil cambios habían empezado ya. El primero, y más evidente, fue el pecho. Me miraba al espejo y pensaba... "dios santo, ¡si está perfectamente preparado para amamantar! ¿Cómo voy a ir contranatura? ¿Qué más da la comodidad y mi propia belleza? Lo más importante es esta criatura... ¿cómo voy a negarle lo mejor de mí? "
Decidí en ese mismo momento que, contra todo pronóstico, le daría pecho a mi bebé. Ahora sé que ahí, con apenas unos milímetros de vida en mi vientre, ya me había convertido en madre (en el sentido más amplio de la palabra).
Desgraciadamente, a las siete semanas sufrí un aborto natural. La peor experiencia de mi vida. Quienes lo hayáis sufrido sabréis comprenderme... No me extenderé en esa tristeza. Quiero creer que no era el momento. Siempre pensé que todo en esta vida pasa por algo.
Así que, pasado el tiempo de rigor, volvimos a intentarlo. Y, otra vez, quedé embarazada al primer intento. El miedo se apoderó de mí desde el minuto uno, y no me abandonó en 38 semanas... Pero, por suerte, a los nueve meses nació mi pequeña. Os ahorraré las 12 horas de parto extremadamente doloroso.
Pedí que me pusieran a la pequeña al pecho nada más salir. No lo hicieron. Había habido alguna complicación y era necesario revisar que estuviera todo bien. De acuerdo, no seré yo quien se niegue.
No puse a mi niña en mi pecho hasta 4 horas después de nacer. Nadie me dijo cómo hacerlo. Me dejé guiar por mi instinto... Y fue maravilloso. Ahora sé que no comió, pero aún así, nunca olvidaré esa sensación. Una matrona vino a "enseñarme" al día siguiente. Ojalá hubiera venido antes, pero le estoy inmensamente agradecida, necesitaba esos consejos.
A partir de ahí, ningún problema, al menos para darle. Pero fueron dos meses dolorosos.
El pecho me dolía horrores, la pequeña "echaba" casi más de lo que comía (o eso me parecía), mi obsesión por que "no me vieran" limitaba todo mi día, me costaba sentir ese "vínculo" del que tanto había oído hablar...
Hasta que, de repente, a los dos meses (y tras numerosos amagos de tirar la toalla), todo empezó a ser maravilloso. No había mejor momento en el día que ese momento, nuestro momento. Dejé de sentirme esclava para sentirme única. Ya no dolía, al contrario. La peque había "aprendido", y yo también.
Por desgracia, este paraíso duró poco. Mes y medio después, probablemente mal aconsejada, empecé a probar biberón. Debía incorporarme al trabajo, la peque pasaría muchas horas sin mí, era "imprescindible" que "se acostumbrara" al bibe.
Tampoco olvidaré nunca esa sensación de desapego al darle el primer bibe. Sentí cómo me la arrancaban, casi literalmente, de mis entrañas. Lloré mucho, muchísimo. Ojalá ella no lo hubiera aceptado. Ojalá no hubiera insistido yo.
El caso es que, unos bibes después, mi niña los bebía perfectamente. Decidí no perder, al menos, nuestro momento en la noche. Quería con toda mi alma mantener la lactancia todo lo posible... aunque fuera mixta.
Quince días duró. Mi niña ya no quiso pecho. Se retiraba, lloraba, pedía cada hora...
Una vez más, puede que mal aconsejada, creí entender que no tenía leche ya. Es posible que así fuera, no soy experta en la materia.
Con todo el dolor de mi corazón, retiré la lactancia. No tuve subida extra. Nada de dolor, al menos físico. El psicológico es otra historia... No hay día, aún hoy, en que no me arrepienta de haber tirado la toalla tan pronto.
Y, aunque intento no pensar en "qué hubiera pasado si"... creo que podría haber aguantado un poco más. A día de hoy, dos meses después de ese mal trago, no puedo evitar cierta "envidia" cada vez que veo una madre dando pecho.
Me sorprendo a mí misma dándole el bibe en posición de lactancia natural.
Se me siguen saltando las lágrimas con cada bibe.
Me invade un sentimiento de culpa, porque seguro que pude hacer algo más.
Nadie me lo dijo. Nadie me aconsejó seguir insistiendo.
Descubrí artículos y libros cuando ya era tarde.
Estoy orgullosa de haberle dado lo mejor durante casi cuatro meses, pero cada vez que leo lo buenísimo y fundamental que es la lactancia prolongada, una punzada me atraviesa el corazón.
Yo QUISE mantener la lactancia, pero no pude, o no supe, eso ya da igual.
Intento aconsejar (nunca imponer) a mis amigas embarazadas o nuevas mamás, para que no corran la misma (mala) suerte que yo. Y no puedo evitar preguntarme... ¿por qué no me habló de lactancia el pediatra? ¿ni la ginecóloga? ¿por qué nadie me dijo que siguiera insistiendo?
Si todos sabemos que es lo mejor... ¿por qué no ayudamos a las madres primerizas? ¿qué está fallando?

lunes, 21 de mayo de 2012

¿Conciliación?

Te diré qué es conciliación para mí.
Conciliación es despertar cada mañana y llenarme de su sonrisa.
Conciliación es darle el desayuno, mecerla en mis brazos hasta que se relaja por completo.
Conciliación es jugar en el suelo, cantarle los cinco lobitos, morir de amor en cada una de sus carcajadas.
Conciliación es pasear para enseñarle el mundo. Disfrutar del aire en la cara, visitar a sus futuros "compañeros de juego", observar cómo se relacionan entre sí, cómo se columpian, cómo se "roban" los cubos, las palas, las pelotas.
Conciliar es darle sus primeras papillas, desistir ante las arcadas, conseguirlo al cabo de dos días.
Conciliar es saber descifrar qué significa ese llanto casi apagado... y acostarla para que duerma tan necesaria siesta.
Conciliar es empaparnos juntas, a la hora del baño, entre risas y canciones.
Conciliar es, por supuesto, sentir cómo cae rendida en brazos de Morfeo, justo a esa hora en que sabes, por su inquietud, que no puedes alargar ni un segundo el juego.
Conciliar es casi no tener tiempo para vestirme, peinarme o teñirme el pelo, a cambio de ser testigo en primera línea de sus "primeras veces".
Conciliar es no tener nunca la sensación de que me pierdo lo más importante.
Conciliar es no tener que echar la vista atrás, dentro de unos años, y arrepentirme de no haber estado.

Dirás, con razón, que no nombré ni una sola vez el trabajo en este post. Efectivamente, no tuve intención de nombrarlo. Porque, a pesar de ser imprescindible (en esta maldita sociedad en que todo se compra, y se vende), para mí, no es importante. Al menos, es mucho menos importante que todas esas cosas que te he contado.
Desgraciadamente, mi trabajo me impide conciliar (no pienses en qué es para ti conciliar, sino en lo que acabo de explicarte). A las 6 de la mañana suena el despertador. Antes de las 7, estoy saliendo por la puerta de casa. Como podrás adivinar, ya no me lleno de su sonrisa mágica al despertar. Ya no le doy el desayuno, ni la mezo, ni calmo su llanto, ni juego en el suelo, ni disfrutamos del aire en la cara, ni tantas cosas...
Sí, a las 17h estoy en casa. Con un poco de suerte, llego para la merienda (al menos una de sus papillas se la da mami). Ahora que hace buen tiempo, aún nos queda "algo" de tiempo antes de la hora del baño. Lo aprovechamos al máximo. Un paseo, un poco de juego, sonrisas, canciones...
Poco más. Antes de las 20h, mi niña ya cae rendida, su cuerpecito pide dormir.
Y tengo la suerte de acostarla, después de su último bibe. No hay nada más placentero que verla dormirse en mis brazos, abandonarse, feliz, llena de paz.
Así, hasta el día siguiente. Otra vez, el despertador sonará a las 6, y me perderé todo...
No, señores, mi trabajo no me hace sentir realizada (por mucho que disfrutase con él antes de ser madre).
Lo que me llena, lo que me hace sentir mujer, lo que me hace feliz, es ser cómplice del día a día de mi niña. Sentir que no se me escapa nada, que crecemos al unísono.
Por eso, para mí, la conciliación es pura utopía.

P.D. Salve decir que hoy por hoy, con la que está cayendo, puedo sentirme afortunada por gozar de jornada "reducida" en un trabajo fijo, en una empresa en la que llevo 12 años y con el apoyo de mis compañeros. Para muchos, esto ya sería conciliar. Para mí, no. Aún a riesgo de ser tachada de retrógrada (en el mejor de los casos), yo lo único que quisiera es ser madre a tiempo completo. Nada más. Nada menos.

jueves, 17 de mayo de 2012

Con un nudo en el estómago

Hace seis meses me encontré. Me convertí en madre. No soy yo desde entonces. Ni quiero ser yo (ese yo antes de mi bebé).
Nunca he sido tan feliz. Nunca tan poco (una sonrisa, una mirada, un sonido) me había llenado tanto. Me siento plena, me siento realizada... Me siento grande.
Pero un nudo en el estómago acompaña a tanta dicha. Día a día, ese nudo iba nublando mi felicidad. Al fin, seis meses después, he descubierto a qué se debe. Por supuesto, también es miedo. Miedo a no saber, temor a equivocarme, a su sufrimiento...
Pero más allá de ese miedo, totalmente natural y, si me apuras, muestra del amor más inmenso, ese nudo es fruto del "ir a contracorriente".
Había dedicado demasiados esfuerzos a "hacer entender" al mundo por qué ser madre está por encima de todo. Por qué he dejado de pensar sólo en mí. Por qué estoy tan orgullosa de mi maternidad. Por qué hago única y exclusivamente lo que dicta mi instinto, por qué no "hago caso" de libros casi bíblicos (según ellos) de doctrinas infumables.
Demasiadas energías desperdiciadas. Mi tiempo vale mucho, mi niña lo necesita mucho más que toda esa gente.
Casi me da apuro reconocer que ha sido gracias a Twitter que he descubierto que soy "normal", lejos del bicho raro en que se empeñan en convertirme. He descubierto que no voy contracorriente, porque esa corriente que nos arrastra no es la única verdad (para mi tranquilidad y cordura).
He descubierto que no estoy obligada a dejar llorar a mi pequeña ("por su bien"). Ya me lo decía mi instinto, ya, pero descubrir que hay más mamis que sienten igual... No deja de ser reconfortante.
He descubierto una "tribu" de mamis que sienten, como yo, que sólo su propio corazón debe dictar las normas. Que los niños necesitan mucho más amor que disciplina. Que el apego, eso tan lógico y "animal", no es nada malo, muy al contrario. Que mecer a mi pequeña en mis brazos es tan bueno como yo misma sentía (una vez alejado el sentimiento de culpa creado por "los otros").
Y un largo etcétera, que, si me permitís, seguiré compartiendo con vosotras@s...