miércoles, 31 de julio de 2013

Hasta que la cordura se imponga

Te preguntarás por qué tengo tantas ganas de vacaciones...

Es verdad, mi trabajo no es excesivamente duro, estoy en una posición casi privilegiada, me han concedido la tan ansiada reducción de jornada...

Casi nadie lo entiende, desde el prisma de esta España de crisis y desempleo. Mi prisma, sin embargo, es algo distinto. Sé que, por decencia, no debería quejarme. Pero mi yo más profundo maldice día sí día también este trabajo que se enfrenta, cada vez más, a mis principios. Puede que la solución sea no tener principios, ética ni escrúpulos... Pero no me sale.

Vivo en un constante estado de disociación de personalidad. Ahora soy Carol, ahora la jefa, ahora otra vez Carol... y de nuevo la jefa. Una auténtica locura. A veces se me cruzan, hasta el punto de no saber a ciencia cierta quién soy en realidad.

Hay momentos, por supuesto, que parece que todo tiene sentido. Las chicas aprenden, empiezan a volar solas, me agradecen con sonrisas sinceras el esfuerzo y el tiempo dedicado. Valoran que les acompañe en sus errores, aunque no siempre lo expresen con palabras, y que les guíe con el cariño con el que a mí me gusta ser guiada.

Eso es lo que me recuerda por qué acepté estar aquí.

Y después vienen ellos, los que mandan (¿recuerdas? Queridos jefes). Y toman decisiones sin tener en cuenta los sentimientos.

Decisiones que sí, muy probablemente sean necesarias para la supervivencia del negocio, en el más frío sentido de la palabra.

Decisiones que puede que consigan mantenernos en esta España descolorida y afectada, pero que, sinceramente, dudo sean compatibles con el espíritu de unión y hermandad que siempre nos caracterizó.

Cuando "debes" aceptar esas decisiones, hacer que parezca que son tuyas también, cuando no puedes desmarcarte y decir abiertamente "yo jamás lo habría hecho, yo creo en las personas, no en las cifras"... es difícil mirar a la cara a esas chicas, la sonrisa cuesta cada vez un poco más, el puesto pesa también más...

Y los principios... ellos quieren irse, están a puntito de rendirse.

Pero no pienso permitírselo, por muy agotados que estén. Algún día serán ellos, los valores y principios, quienes abran los ojos de esos jefes fríos y sin escrúpulos. Solo ellos.

Mientras tanto, a mí solo me queda ser yo durante estas (cortas) vacaciones, ser yo de verdad y coger fuerzas para aceptar y seguir fingiendo a la vuelta.

Al menos, hasta que la cordura se imponga.

miércoles, 24 de julio de 2013

Querida abuelita (Maldito Alzheimer)

No entiendo por qué la vida se empeña en retenerte en este mundo.

Has sufrido lo indecible, has perdido a dos hijos por el camino, a tu compañero de viaje nada más empezarlo.

Has pasado hambre, frío y soledad.

Te quedaste sola, en el más literal sentido, con cuatro hijos que criar, la más pequeña con tan solo un añito.

Los sacaste adelante, dejando tu salud por el camino, que no tu fuerza. Y justo cuando parecía que eran dueños de sus vidas, vino el jodido cáncer y te arrebató a dos de ellos. Primero uno, rápido, fulminante, justo ese hijo que seguía en casa contigo, que no había conseguido forjar su propia familia. Ese que aún se empapaba de ti, ese hijo que hacía los días menos pesados y las noches más llevaderas.

Se fue rápido, casi sin darte cuenta, dejando ese vacío en casa imposible de llenar. Esa habitación intacta, con sus libros, su olor y sus sábanas.

Tu vida se tiñó entonces de negro, y tus ropas también, que en esa época nadie habría entendido lo contrario. Y poco tiempo después, sin ánimo aún para recuperarte, cayó enferma tu hija mayor. La que tiraba del carro, la más inteligente, la que parecía más fuerte. Años de desesperación, enfermedad, dolor e impotencia. Las pocas fuerzas que te quedaban se las dedicabas a sus tres hijos, tus nietos, que no entendían, ni estaban dispuestos a entender, el por qué de una madre enferma.

Se fue también esa hija. Te juro que no imagino dolor más grande. Te costó volver a sonreír, pero lo hiciste por nosotros.

Nunca fue una sonrisa plena, pero ese amago de felicidad nos hacía creer que podíamos con todo.

Fuimos creciendo, y nos alejamos. Es ley de vida, tu yo racional lo entendería, pero tu corazón dijo basta. Tu mente se alejó también, estoy convencida de que no pudo más. Toda una vida de dolor y sacrificio, y ahora esa terrible soledad... Decidió por ti y se fue. Prefirió dejar de recordar. Poco a poco olvidó nombres, lugares y hasta caras. Seguimos ahí, de vez en cuando, pero ya tu mirada nos traspasa. Tu mente se ha rendido. Casi 87 años son suficientes. Ya viviste demasiado, ya lloraste lo llorable.

Te acaricio las manos arrugadas, para que tu cuerpo no olvide. Pero sé que ya no estás. Y, en el fondo de mi egoísmo más devastador, pienso que es mejor así. Que no recuerdes, que no pienses demasiado, que no sientas todo esto que sucede a tu alrededor.

Me duele horrores verte así, con esa mirada perdida, con esa falta de razón. Creo que ya no esperas nada más que ese final que vaticinas cercano. Ese alivio al fin. Ese acabar con este paso del tiempo, que no hace más que deteriorarte.

Los que te queremos te hemos vivido a tope, incluso con tus momentos de mal genio y tus actos egoístas fruto de una educación moralista y desafortunada.

Te hemos vivido y nos has vivido, abuelita linda. Sigo sin entender por qué esta vida se empeña en alargar tu agonía.
Que conste que quiero que mi abuelita dure siemmmmmpre. Aunque solo sea para poder acariciarle esas manos suaves y arrugadas, para repetirle una y mil veces los te quiero que se quedaron en el tintero. Pero siento que ella es la que no puede más. Dejarla ir es un acto a simple vista egoísta, pero en el fondo, extremadamente generoso...