sábado, 17 de octubre de 2015

Y, de repente, nada.

Últimamente te pienso mucho.

Y siempre en masculino. No sé por qué, pero te imagino niño. 

Ahora tendrías cuatro años.

Por el motivo que sea, no era tu momento.
 
Llegaste a mi interior cuando más te necesitaba, no sabes lo deseado que eras. Estuviste tan poquito tiempo ahí que no pudiste llegar a sentirlo. 

Algunas veces, cuando miro a tu "hermana" (¿puedo llamarla así? En el fondo compartisteis el mismo útero...), imagino cómo serías. Qué carita tendrías, de qué color sería tu sonrisa. 
¿Te habrías parecido a ella? 

El hecho de perderte antes de tiempo cambió mi forma de ver la vida y, sobre todo, la maternidad. Sentir que estabas dentro de mí fue lo más bonito del mundo, aunque solo fueran siete semanas.

Cuando eres el recipiente donde se forja una vida, todo lo demás carece de importancia. 

Algunos dicen que en solo siete semanas no eres "vida". No voy a entrar en ese debate, porque desconozco realidades científicas. Lo único que sé es que yo sí sentí que eras una vida. Sentí que transformabas la mía. Y cuando te noté salir de mi interior, tan tajante, tan rápido, tan doloroso... También sentí que algo de mí se iba. 
Acabó el dolor físico inmenso que precedió a tu partida, y empezó el emocional. 

El vacío. 

La nada.

Eras todo y de repente, nada.

Vacía era, en ese instante, mi mejor definición. 

Me había sentido plena, como nunca antes. Importante, imprescindible, única. 

Y, de repente, nada. 

Te lloré mares, durante todas las horas posibles. 

Te hablé, te nombré, te hice real. 
¿Por qué todo el mundo se empeñaba en restarte importancia? 
"Son cosas que pasan", decían. "A muchísimas mujeres les pasa, es normal." Y yo solo acertaba a pensar "por qué a mí".
No es normal, es habitual, cosa bien distinta. 
No puede ser normal que una vida termine antes de empezar. 
No puede ser que le restemos importancia a una pérdida por el hecho de repetirse demasiado a menudo.

También la culpa, esa vieja amiga, hizo acto de presencia en tu despedida. Cómo no. 
Nunca sabré qué hizo que te fueras sin tan siquiera haber llegado. 

Tu pérdida marcó, después, mi siguiente embarazo. El miedo a volver a perderla, el pánico atroz en cada ecografía, el terror al vacío... 

Papi cree que te fuiste para luego volver en forma de la niña preciosa que ahora tengo en mis brazos. 
Que no sois dos, que fuiste ella, pero no era el momento, que volviste después, cuando tocaba. 
Tal vez. ¿Por qué no? 

Me gustaría decirte que olvidé el dolor, pero no quiero negarte. 
Existías, fuiste real, por muy poquito tiempo, pero real. 

Y cada 14 de noviembre, casi sin ser del todo consciente, vuelvo a sentir el vacío. El momento exacto de tu adiós, la pantalla sin ti, el dolor. 

La nada.