Hoy tengo una reunión en otra ciudad. He salido de casa a las seis, y, si no hay imprevistos, volveré a las 23h. Y estaré todo el día pensando en ti.
No en cuánto me "realiza" esa reunión. No en todo lo que vamos a solucionar en esa cita "ineludible".
Estaré pensando en cómo habrás despertado, en si preguntaste por mí. En cómo te quedas en el cole, en cómo va tu día, qué carita pondrás cuando no te recoja mami. Tu baño, tu cena, tu "buenas noches, te quiero" que no me darás a mí, el cuento que no voy a explicarte.
Es un día. "Solo un día", se apresuran a recordarme. Pero no entienden que un día sin ti es asfixia. Es vacío. Me faltas.
Se supone que el cordón que nos unía se cortó en la sala de partos, pero yo sigo sintiéndote parte de mi cuerpo. Sigues siendo un trozo de mí, aunque cada vez más grande, más independiente, más tú.
Y por eso me siento poco si no estás. Me siento manca, me siento coja, a medio gas.
Por eso recobro las ganas, la fuerza, la sonrisa, cuando me reencuentro con tu abrazo. Es volver a ser una, volver a ser yo. Todo en orden, todo en su sitio, todo a punto.
Y por eso, tampoco importa demasiado si nos separamos seis horas o tres días, porque siempre me faltas, desde el minuto uno de la separación.
No digo que siempre duela, porque aprendí a vivir con ello, porque te haces mayor y necesitas (pides) tu espacio. Doler, duele cuando se alarga en el tiempo. El resto es, simplemente, un agujero en el pecho con el que me acostumbré a vivir.
Se llena en cuanto te tengo al lado, se vacía cuando nos alejamos.
El día que naciste, justo en el momento en que oí tu llanto por primera vez, ya sentí que yo ya no era yo tal como había sido hasta ese momento. Recuerdo el pensamiento que cruzó mi mente: "ya. Ahora sí soy yo." Jamás me había sentido tan plena. Suelo decir que llegaste para llenar mi vida, lo que muchos tachan de mentira o exageración. Hoy he intentado explicarte con palabras (escritas, para hacerlas perpetuas) cuánta verdad se esconde en esa frase.
Hoy hace 1243 días que tuve ese pensamiento. Y todos y cada uno de esos días he sentido lo mismo: yo soy yo porque estás tú. Me completas. Somos una, mi pequeña. Me duele tu llanto, me calma tu bienestar.
Eso no significa, no me malinterpretes, mi niña, que vaya a impedir tu vuelo. Por supuesto que volaras un día, y ese hueco quedara en mí, pero seré feliz por haberte dado las alas.
Solo espero haber sabido enseñarte el camino.