jueves, 18 de junio de 2015

A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos

A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos. Despacitosintiendo su sabor.


Siempre he hecho las cosas despacio, sin aspavientos, para desesperación de mi abuelita, que rápido me etiquetó de “vaga”. 


Recuerdo el camino de vuelta a casa desde el instituto: una hora para un trayecto de diez minutos. Me detenía en cada paso, mirando a mi alrededor. Naturaleza, niños jugando en el parque, el día a día de un supermercado. Cualquier excusa era buena para pararme y observar. Supongo que empezaba a descubrir la vida, la de verdad, la de fuera de casa. 


La etiqueta de perezosa me acompañará siempre, tanto me la creí que toda la vida actué en consecuencia. Pero, ahora que miro de lejos, no encuentro otra forma de pasar por la vida que no sea bien despacito. 


Para admirarla, vivirla de verdad, aprender de ella. 


Por eso permito que te deleites con el paso lento de una hormiguita, la aventura de un escalón, o buscando por allí arriba, de dónde viene el pío pío de esos pajaritos. Siempre que puedo (perdóname, mi vida, algunas veces la esclavitud del tiempo nos lo impide) nos detenemos en cada paso, porque tú así lo pides, porque yo disfruto viéndome en ti. 


Pocas veces preguntas eso de “¿qué viene ahora?”, pero cuando tu lógica impaciencia infantil asoma,  siempre te digo “disfruta este momento, este helado, este paseo en coche, este lo que sea, el resto ya llegará”. Nos perdemos tantos momentos ansiando los siguientes… 


Los adultos siempre  estamos esperando que llegue algo.


Vivimos un día a día angustioso en un trabajo que nos aburre esperando las vacaciones. 


Maldecimos nuestra mala suerte, esperando que nos toque la lotería (y no siempre jugamos). 


Miramos desde el sofá cómo unos cuantos políticos se ríen de nosotros, ahora ya sin esconderse siquiera, esperando que ellos solitos se vayan. 


Esperamos que un príncipe azul nos rescate, que un cazatalentos nos saque de la ruina, que la vida nos dé un giro inesperado, que termine ese trabajo que nos satura, tranquilos, que en treinta años me jubilo… 


Esperamos para vivir. Pero mientras, no vivimos. 


Siempre con un ojo puesto en lo que va a pasar, en cuentas atrás, en deseos por cumplir. 


Por desgracia, cariño, la vida no es eterna. Se acaba. A veces, sin avisar. Cuántos deseos se quedaron por el camino… Cuántos sueños esperando a ser cumplidos… 


Tienes razón, mami no es el mejor ejemplo, mami sigue estancada en un trabajo que no le llena, esperando, también, no sé qué. Mami espera ansiosa los fines de semana, las vacaciones, los ratitos de libertad. 


Pero, al menos, vivo intensamente todos esos momentos que me dan vida: 


Ese helado a medias. 


Sentir cómo rompen las olas en nuestros pies. 


La intensidad de un te quiero.


El cosquilleo de una caricia.


Cantar a gritos nuestra canción. 


La última página del libro. 


Las siestas con la ventana abierta.


El abrazo largo. 


La suavidad de tus besos. 


Tus tres segundos de más de mirada fija mientras te canto. 


El agua de la ducha caliente bajando por la tripa. 


Caminar de la mano.


Reír a carcajadas.


Ese baile. 


Tirarnos por el suelo, ser tu tobogán. 


Los pies descalzos en la arena.


El sube y baja de tu pecho mientras duermes plácidamente.


Tu sonrisa al despertar. 


Y así, podría seguir eternamente, porque en un día caben millones de momentos únicos. 

Pero lo dejo ya, me conformo con que entiendas a qué me refiero cuando te digo “disfruta este momento”


Vive, mi niña, no sea que esperando… se nos vaya la vida. 



 

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