sábado, 17 de octubre de 2015
Y, de repente, nada.
viernes, 14 de agosto de 2015
Una vez tuve un novio violento
sábado, 11 de julio de 2015
Vamos a sonreír por encima de sus gritos
jueves, 18 de junio de 2015
A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos
A mí lo que me gusta es beberme la vida a sorbitos. Despacito, sintiendo su sabor.
Siempre he hecho las cosas despacio, sin aspavientos, para desesperación de mi abuelita, que rápido me etiquetó de “vaga”.
Recuerdo el camino de vuelta a casa desde el instituto: una hora para un trayecto de diez minutos. Me detenía en cada paso, mirando a mi alrededor. Naturaleza, niños jugando en el parque, el día a día de un supermercado. Cualquier excusa era buena para pararme y observar. Supongo que empezaba a descubrir la vida, la de verdad, la de fuera de casa.
La etiqueta de perezosa me acompañará siempre, tanto me la creí que toda la vida actué en consecuencia. Pero, ahora que miro de lejos, no encuentro otra forma de pasar por la vida que no sea bien despacito.
Para admirarla, vivirla de verdad, aprender de ella.
Por eso permito que te deleites con el paso lento de una hormiguita, la aventura de un escalón, o buscando por allí arriba, de dónde viene el pío pío de esos pajaritos. Siempre que puedo (perdóname, mi vida, algunas veces la esclavitud del tiempo nos lo impide) nos detenemos en cada paso, porque tú así lo pides, porque yo disfruto viéndome en ti.
Pocas veces preguntas eso de “¿qué viene ahora?”, pero cuando tu lógica impaciencia infantil asoma, siempre te digo “disfruta este momento, este helado, este paseo en coche, este lo que sea, el resto ya llegará”. Nos perdemos tantos momentos ansiando los siguientes…
Los adultos siempre estamos esperando que llegue algo.
Vivimos un día a día angustioso en un trabajo que nos aburre esperando las vacaciones.
Maldecimos nuestra mala suerte, esperando que nos toque la lotería (y no siempre jugamos).
Miramos desde el sofá cómo unos cuantos políticos se ríen de nosotros, ahora ya sin esconderse siquiera, esperando que ellos solitos se vayan.
Esperamos que un príncipe azul nos rescate, que un cazatalentos nos saque de la ruina, que la vida nos dé un giro inesperado, que termine ese trabajo que nos satura, tranquilos, que en treinta años me jubilo…
Esperamos para vivir. Pero mientras, no vivimos.
Siempre con un ojo puesto en lo que va a pasar, en cuentas atrás, en deseos por cumplir.
Por desgracia, cariño, la vida no es eterna. Se acaba. A veces, sin avisar. Cuántos deseos se quedaron por el camino… Cuántos sueños esperando a ser cumplidos…
Tienes razón, mami no es el mejor ejemplo, mami sigue estancada en un trabajo que no le llena, esperando, también, no sé qué. Mami espera ansiosa los fines de semana, las vacaciones, los ratitos de libertad.
Pero, al menos, vivo intensamente todos esos momentos que me dan vida:
Ese helado a medias.
Sentir cómo rompen las olas en nuestros pies.
La intensidad de un te quiero.
El cosquilleo de una caricia.
Cantar a gritos nuestra canción.
La última página del libro.
Las siestas con la ventana abierta.
El abrazo largo.
La suavidad de tus besos.
Tus tres segundos de más de mirada fija mientras te canto.
El agua de la ducha caliente bajando por la tripa.
Caminar de la mano.
Reír a carcajadas.
Ese baile.
Tirarnos por el suelo, ser tu tobogán.
Los pies descalzos en la arena.
El sube y baja de tu pecho mientras duermes plácidamente.
Tu sonrisa al despertar.
Y así, podría seguir eternamente, porque en un día caben millones de momentos únicos.
Pero lo dejo ya, me conformo con que entiendas a qué me refiero cuando te digo “disfruta este momento”.
Vive, mi niña, no sea que esperando… se nos vaya la vida.
miércoles, 27 de mayo de 2015
Párate y respira
Dicen que el origen de un adulto íntegro, seguro de sí mismo y con recursos, está en una infancia feliz. Voy a seguir luchando, cada uno de mis días, por que así sea.
¿Conseguiré, con ello, que nunca tengas problemas? ¡Ni lo sueñes! Solo pretendo que no haya problema con la suficiente fuerza como para hundirte. Míralos siempre de frente, no huyas, no los relegues. Plántales cara con un “yo puedo”. Acéptalos, de nada sirve negarlos, y estudia el modo de acabar con ellos. Una vez haya pasado la tormenta, reflexiona, recapacita, busca el aprendizaje. Créeme, siempre lo hay.
Serán esos aprendizajes, vida mía, los que te harán avanzar.
Puede que alguno de esos problemas te parezca insalvable, difícil de saltar. Recuerda entonces eso que siempre dice mami: “esto también pasará”. Porque todo pasa, mi niña, por muy imposible que parezca cuando te encuentras en el centro del huracán, todo pasa.
Relativiza. Mira a tu alrededor, compárate, ¿por qué no? Compara ese problema aparentemente insalvable con el hambre en el tercer mundo, la pobreza demasiado cercana del barrio del que procedemos, el cáncer recién estrenado de la vecina del piso de arriba, mamá de tu amiguito.
“Mal de muchos…”, pensarás. Pero no. No es de tontos. Pararse a tomar conciencia de las barbaries de nuestro tiempo nos ayudará a valorar como merece la inmensa fortuna de tener salud, ese helado con el que te relames, el iPad que te presto con demasiada facilidad, y hasta un hotel por vacaciones.
No digo que tus problemas sean poco, digo que es necesario mirar la vida como lo que es: un camino asfaltado (si vives en esta parte del mundo). No le añadas obstáculos, deslízate por él, disfruta del paisaje.
Vive y dejarás vivir, porque cada segundo que pases sin sonreír nos roba un poco de vida. A ti, a mí, y a todos aquellos que te amamos.
Cuando sientas que ese problema te supera, párate y respira. Sé consciente de la suerte que tienes: el oxígeno entra sin miedo por tu cuerpo. Respiras. Estás viva.
Mira a tu alrededor. Tienes lugar donde cobijarte, un abrazo en el que perderte. Cierra los ojos, y sigue viviendo.